Dicen los filósofos orientales que “El dolor es vehículo de conciencia” y es verdad. Sin dolor no nos detendríamos para preguntarnos sobre el por qué de los acontecimientos, no revisaríamos nuestros actos para enmendarlos, no nos propondríamos indagar en las leyes ocultas que rigen la existencia, no nos esforzaríamos en aprender a vivir.
18 comentarios:
Querida amiga
debo confesar que estos días no están siendo demasiados fáciles para mi,pero que al leerte alumbras mi camino sabiamente con tus palabras acerca del dolor.
Muchas gracias.
Dios te bendiga!!!
besoss
El dolor nos sirve, cuanto menos, para movilizarnos. El éxtasis eterno sería genial pero nuestra vida no tendría aprendizaje alguno, aunque claro, si me dan a elegir, no quiero aprender nada, que me caigan todas cosas buenas!!
Pero pareciera que no depende de nuestro deseo, hemos venido a experimentar, no a vivir en eterno éxtasis -uy!-
Besos, linda!!
Janeth,tu post nos lleva a bendecir y besar el dolor que hemos sufrido a lo largo de la vida,porque gracias a él hemos aprendido a valorar y amar la vida.
Excelente reflexión,amiga.
Mi gratitud y mi abrazo siempre.
M.Jesús
Es cierto, por eso está también la otra parte, la de esas personas que son totalmente insensibles al dolor ajeno, porque al propio bien que le temen.
Un abrazo bien fuerte.
y dicen, y no sé si por consuelo que nos aliviana la carga del traspaso al otro plano.
además de hacernos más conscientes de los tránsitos de felicidad.
Viene a mi memoria una parábola del budismo que siempre me ha impresionado; aparece en los libros bajo el nombre de “El grano de mostaza”. Y, en síntesis, refleja el dolor de una madre que ha perdido a su hijo pero que, sin embargo, confía en volverlo a la vida gracias a las artes mágicas del Buda. Este no desalienta a la madre; sólo le pide que para resucitar a su hijo le consiga un grano de mostaza obtenido en un hogar donde no se conozca la desgracia... El final de la parábola es evidente: el grano de mostaza, ese grano tan especial, jamás aparecerá, y el dolor de la madre se verá mitigado en parte, al comprobar cuántos y cuán grandes son también los sufrimientos de todos los demás seres humanos.
Viejas enseñanzas nos ayudan a penetrar en el intrincado laberinto del dolor.
En general se nos indica que el sufrimiento es el resultado de la ignorancia.
Así, sumamos dolor tras dolor, es decir, a los hechos dolorosos en sí, sumamos el desconocimiento de las causas que han motivado esos hechos: no somos capaces de llegar hasta las raíces de las cosas para descubrir la procedencia profunda de aquello que nos preocupa; simplemente nos quedamos en la superficie del dolor, allí donde más se siente, y allí donde más se manifiesta la impotencia para salir de la trampa.
Ignoramos la causa de lo que nos sucede, y nos ignoramos a nosotros mismos, sumando una doble incapacidad de acción positiva.
Deberíamos saber que ningún dolor es eterno, que ningún dolor se mantiene ante el embate de una voluntad constructiva.
Nada, ni dolor, ni felicidad, puede durar eternamente en el mismo estado. Hay que aprender, pues, a jugar con el Tiempo para hallar una de las posibles salidas del laberinto.
Decía un sabio que los hombres somos capaces de sufrir tres veces por la misma cosa: esperando que suceda, mientras sucede y después que ha sucedido.
Asi se refuerza la tesis de “la ignorancia como madre de todos los dolores”.
Para los orientales siguiendo con la tónica de la parábola budista, “El dolor es vehiculo de conciencia”, lo que equivale decir que todo sufrimiento encierra una enseñanza necesaria para nuestra evolución.
Sin el dolor, no nos propondríamos indagar en las leyes ocultas que mueven todas las cosas, hechos y personas.
Por poco que volvamos los ojos, encontraremos sufrimiento: sufre la semilla que estalla para dar lugar al árbol, sufre el hielo que se derrite con el calor y el agua que se endurece con el frío, y sufre el hombre que, para evolucionar, tiene que romper las pieles viejas de su cárcel de materia.
En el camino de la evolución hay que avanzar siempre hacia arriba y hacia delante.
El dolor, como vehículo de conciencia, nos sacude de nuestro sopor y comodidad, despertándonos a nuevas realidades para las que andábamos ciegos hasta ese momento.
Aunque parezca cruel, el dolor nos abre los ojos a nuevos panoramas, nos obliga a aproximarnos a nuevas dimensiones, siempre un poco más cerca de la verdad y la totalidad.
Algunos sabios orientales dicen que el que no aprende por la experiencia, aprende por el dolor.
Una buena reflexiòn para detenernos a pensar.
Un abrazo Janeth.
buen inicio de semana.
Es totalmente cierto, amiga, pero muy doloroso...
Otro abrazo, Janeth
El dolor fortalece el espíritu y nos ayuda a salvar nuevos obstáculos.
Un abrazo amiga.
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