A cada paso del camino me encuentro con mujeres que se expresan a través de“protestas”, ya sea condenando su esclavitud hacia el hombre o alabando el mismo estado de esclavitud; ya sea pidiendo más liberalidad de acción o clamando por una protección que, desde hace tiempo, no inspiran.
Veo a mujeres que tratan de mostrar con poca ropa un aspecto femenino que es casi lo único que permite reconocerlas; y veo también a otras que ocultan, no por pudor, pero sí con mal gusto, todo lo que la Naturaleza otorgó para diferenciarlas.
Pero, sobre todas las cosas, las veo desorientadas, sin saber exactamente qué es lo que se quiere ni qué es lo que se pide; tan solo se trata de llamar la atención.
Y, sin embargo, creo que lo importante es conquistar la atención, ganarla, no con llamativos trucos momentáneos, sino con la conquista firme y definida que la mujer, como una polaridad de la Naturaleza, puede y debe hacer suya.
La Historia es algo que la mujer debería conocer mejor que nadie, porque también la Historia es mujer; y como tal está en el tiempo, en aquello que transcurre, pero dejando profundas huellas en el camino.
El tiempo no es el enemigo de la mujer, por el contrario.
El tiempo no envejece a la mujer sino que la hace eterna, la mantiene viva y la proyecta hacía el eterno femenino, que fue, desde siempre, la inspiración de todos los artistas.
Para que la mujer vuelva a ser dama y recobre sus fueros sin necesidad de protestas, es necesario, indudablemente, que todos los demás factores vuelvan a sus lugares naturales: que el hombre vuelva a ser caballero, que la vida vuelva a tener una finalidad trascendente, que la educación forme a los hombres y no simplemente les informe.
Pero todo trabajo, toda modificación, ha de tener un principio. Y la mujer siempre ha sido madre por excelencia.
Hoy toca a la mujer ser un poco la madre de un nuevo mundo, donde todas las cosas se definan a la luz del sol, donde no haga falta disfrazarse de “unisex” para soslayar responsabilidades.
La mujer es tal cuando asume el papel de la Naturaleza viva, resplandeciendo en amor, en belleza, en comprensión; cuando educa basándose en la virtud no solo a sus propios hijos, sino a todos los que siente como hijos del corazón; cuando impulsa a la guerra noble y a la vez consuela al que guerrea; cuando vierte la tibieza de la sombra de un árbol, que hace que todos se acojan a su lado; cuando, en fin, sintiéndose segura de su fuerza cósmica y ancestral, no necesita de vanas protestas ni de días especiales que la dignifiquen, porque desde siempre y por siempre toda mujer se ha emparentado con la primera estrella brillante que puso luz en el acero profundo del cielo.